Si no haber visto ciertas películas a estas alturas fuese pecado, hace ya mucho tiempo que yo me habría ganado una lujosa estancia en el infierno. Por eso, hoy he aportado un granito de arena más para lograr mi pasaporte al cielo viendo una obra que, si bien conocía, no la había visto aún. Hablo de Tiburón, de Steven Spielberg.
La historia de Tiburón, basada en la novela homónima de Peter Benchley, se desarrolla en un pueblecillo costero que vive del turismo veraniego. Ocurre que este verano uno de los bañistas es nada menos que un tiburón blanco con mucha hambre, con lo cual el pánico está servido y Spielberg puede pulsar el REC para contarnos la historia con imágenes.
Spielberg, junto con otros de su quinta como Scorsese, Coppola o Lucas, forma parte de lo que se conoce como Nuevo Hollywood, ese periodo en el que el séptimo arte tiene que vérselas con la televisión y, debido a la proximidad en el tiempo de la Guerra de Vietnam, la presencia de la violencia en las pantallas es constante. Esto, al igual que en El Padrino o en cualquier filme de Scorsese, también puede rastrearse en Tiburón, donde se nos presenta una sociedad materialista, superficial, corrupta y violenta. No importa que la vida de los niños jugando a la pelota en el agua corra peligro mientras los turistas sigan llegando y los negocios vayan bien.
Me ha llamado poderosamente la atención el personaje de Quint, interpretado por Robert Shaw. Si su presentación es rompedora y otorga a la película una fuerza considerable, la cosa mejora en el momento en que se suelta ese discurso de marcado carácter antibelicista (recordemos de nuevo la proximidad de Vietnam) acerca de sus infortunios en la guerra, cuando tuvo que entregar la bomba que destrozaría Hiroshima.
Tiburón fue la primera película que se estreno en todas las salas de Estados Unidos a la vez, destacando su fuerte campaña de marketing y promoción. La película, con algún susto que otro por ahí, es realmente magistral, e histórica es ya esa banda sonora de John Williams que, sólo con oírla, nos empuja a mirar a nuestro alrededor en busca del tiburón.
La historia de Tiburón, basada en la novela homónima de Peter Benchley, se desarrolla en un pueblecillo costero que vive del turismo veraniego. Ocurre que este verano uno de los bañistas es nada menos que un tiburón blanco con mucha hambre, con lo cual el pánico está servido y Spielberg puede pulsar el REC para contarnos la historia con imágenes.
Spielberg, junto con otros de su quinta como Scorsese, Coppola o Lucas, forma parte de lo que se conoce como Nuevo Hollywood, ese periodo en el que el séptimo arte tiene que vérselas con la televisión y, debido a la proximidad en el tiempo de la Guerra de Vietnam, la presencia de la violencia en las pantallas es constante. Esto, al igual que en El Padrino o en cualquier filme de Scorsese, también puede rastrearse en Tiburón, donde se nos presenta una sociedad materialista, superficial, corrupta y violenta. No importa que la vida de los niños jugando a la pelota en el agua corra peligro mientras los turistas sigan llegando y los negocios vayan bien.
Me ha llamado poderosamente la atención el personaje de Quint, interpretado por Robert Shaw. Si su presentación es rompedora y otorga a la película una fuerza considerable, la cosa mejora en el momento en que se suelta ese discurso de marcado carácter antibelicista (recordemos de nuevo la proximidad de Vietnam) acerca de sus infortunios en la guerra, cuando tuvo que entregar la bomba que destrozaría Hiroshima.
Tiburón fue la primera película que se estreno en todas las salas de Estados Unidos a la vez, destacando su fuerte campaña de marketing y promoción. La película, con algún susto que otro por ahí, es realmente magistral, e histórica es ya esa banda sonora de John Williams que, sólo con oírla, nos empuja a mirar a nuestro alrededor en busca del tiburón.
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