El otro día acudí al cine a ver Invictus, la última película de Clint Eastwood. Mi manía de huir (en la medida de lo posible) de los tráilers me hizo creer que iba a ver una película sobre Nelson Mandela con algo de rugby como trasfondo, pero lo cierto es que me encontré con todo lo contrario. Y ojo, no estoy diciendo que por eso me decepcionó, simplemente me sorprendió.
He de decir, antes que nada, que desconozco la historia de Nelson Mandela, lo cual nadie sabe hasta qué punto me duele, pero era una película de Clint Eastwood, y había que ir a verla. Me queda, pues, pendiente informarme sobre Mandela y la cruzada del CNA contra el apartheid. Pero vayamos a lo que aquí nos ocupa:
La película empieza con la salida del dirigente sudafricano (Morgan Freeman) de la cárcel y su posterior elección como Presidente del Gobierno. Al frente de Sudáfrica, Mandela verá en el equipo nacional de Rugby capitaneado por François Pineaar (Matt Damon) un referente sobre lo que debe ser un buen liderazgo con vistas a unificar al país. O mejor dicho, unificar a sus gentes, blancos y negros, porque lo cierto es que ese liderazgo habrá de ejercerse en un país en el que se está conviviendo con aquellos que años atrás despojaron a los negros de su humanidad y dignidad. A lo largo de los 134 minutos de metraje que tiene el filme, Eastwood nos obsequia con reflexiones interesantes y frases lapidarias de Mandela, pero creo que en las escenas finales del partido el director ha metido la pata. Eso de la cámara lenta para generar emoción (“¿entrará la pelota? ¿no entrará?”) está bien para las películas que echan en Antena 3 después de comer, pero coño, se supone que el amigo Clint es un director consagrado, y estamos ya en el 2010, esos recursos están muy vistos y se van quedando obsoletos, ¿no les parece? Y por cierto, ¿a qué viene eso de asustarnos con un posible atentado terrorista similar al de las Torres Gemelas de 2001? Un poco tramposo, ¿no? Y sin gracia.
No sé, la peli está bien, pero vamos, no es nada del otro mundo. Una película más de Clint Eastwood.
He de decir, antes que nada, que desconozco la historia de Nelson Mandela, lo cual nadie sabe hasta qué punto me duele, pero era una película de Clint Eastwood, y había que ir a verla. Me queda, pues, pendiente informarme sobre Mandela y la cruzada del CNA contra el apartheid. Pero vayamos a lo que aquí nos ocupa:
La película empieza con la salida del dirigente sudafricano (Morgan Freeman) de la cárcel y su posterior elección como Presidente del Gobierno. Al frente de Sudáfrica, Mandela verá en el equipo nacional de Rugby capitaneado por François Pineaar (Matt Damon) un referente sobre lo que debe ser un buen liderazgo con vistas a unificar al país. O mejor dicho, unificar a sus gentes, blancos y negros, porque lo cierto es que ese liderazgo habrá de ejercerse en un país en el que se está conviviendo con aquellos que años atrás despojaron a los negros de su humanidad y dignidad. A lo largo de los 134 minutos de metraje que tiene el filme, Eastwood nos obsequia con reflexiones interesantes y frases lapidarias de Mandela, pero creo que en las escenas finales del partido el director ha metido la pata. Eso de la cámara lenta para generar emoción (“¿entrará la pelota? ¿no entrará?”) está bien para las películas que echan en Antena 3 después de comer, pero coño, se supone que el amigo Clint es un director consagrado, y estamos ya en el 2010, esos recursos están muy vistos y se van quedando obsoletos, ¿no les parece? Y por cierto, ¿a qué viene eso de asustarnos con un posible atentado terrorista similar al de las Torres Gemelas de 2001? Un poco tramposo, ¿no? Y sin gracia.
No sé, la peli está bien, pero vamos, no es nada del otro mundo. Una película más de Clint Eastwood.