lunes, 25 de abril de 2011

EL SILENCIO DE LOS CORDEROS, Jonathan Demme (1991) [8/10]

Una de las obras más importantes de la década de los noventa es El silencio de los corderos, dirigida por Jonathan Demme y basada en la novela de Thomas Harris. La película está catalogada como uno de los mejores thrillers terroríficos de todos los tiempos, y el siniestro personaje al que da vida Anthony Hopkins es ya uno de los imprescindibles en toda fiesta de Halloween o cualquier otro evento relacionado con el terror que se precie. Uno de los aspectos más notables de El silencio de los corderos es su carácter feminista, que desde el principio se pone sobre la mesa cuando le es presentada al espectador una Clarice Starling (Jodie Foster) luchadora, tenaz y dispuesta a darlo todo con tal de llegar al fin de la dura pista americana que constituye su ascenso en el FBI. El machismo y el patéticamente disimulado desprecio por parte de sus compañeros debido a su condición de mujer es reflejado magistralmente por la cámara de Demme, resultando toda una lección de cine bien hecho y ausente de efectismo que denota una muy buena realización. Anthony Hopkins y Jodie Foster sostienen sus interpretaciones de tal manera que bien merecieron sendas estatuillas en la ceremonia de los Óscar del 92’, al igual que el sorprendente guión de Ted Tally, sobrio, tratando bien cada subtrama y la relación entre Starling y Lecter, sutilmente elegante, y manteniendo correctamente el interés del espectador para sorprenderle como es debido. El silencio de los corderos, un ejemplo de cine bien hecho e imprescindible.

jueves, 21 de abril de 2011

GILDA, Charles Vidor (1946) [9/10]

Uno de los iconos del cine clásico de Hollywood, y del séptimo arte en general, es la de la preciosa Rita Hayworth fumándose un pitillo en el papel de la indomable Gilda, en una película dirigida por Charles Vidor, escrita por Marion Parsonnet y basada en una historia de E.A. Ellington. Gilda, Rita Hayworth, es una mujer que rebosa sensualidad por los cuatro costados, es una mujer con mayúsculas y de pies a cabeza, de esas que marcan el paso y que encima pisan fuerte. En la pantalla parece que sólo esté ella, desde que aparece con ese movimiento de melena, que ya ha quedado inmortalizado en las retinas de medio mundo, hasta que el letrero de The End pone fin a la increíble experiencia que supone ver esta joya de película. Cine del grande es el que la Columbia nos otorga el lujo de ver en Gilda, con una puesta en escena que nos recuerda por qué el cine es una fábrica de sueños, por qué el ver una película posee algo mágico en sí, por qué nos encontramos ante el invento más revolucionario de todo el siglo XX. Glenn Ford interpreta a Johnny Farrell, un vividor del juego que acaba por trabajar en un casino ilegal en Argentina. Su jefe, el señor Mundson (George MacReady), acaba por presentarle a su esposa, la explosivamente sexy Gilda, quien tuvo un romance en su día con el bueno de Farrell. Éste, por orden de Mundson, se verá en la tesitura de controlar a la incontrolable Gilda para que mantenga fidelidad a su marido, algo que parece del todo imposible, siendo Gilda el tipo de mujer que es. Sin duda, uno de los fuertes de Gilda es su guión, y más concretamente sus diálogos, a cada cual más punzante y mordaz, inteligentemente sutiles, que hacen de la película toda una obra maestra legendaria y obligatoria para cualquier persona.

domingo, 17 de abril de 2011

EN UN MUNDO MEJOR, Susanne Bier (2010) [7,3/10]

La película de habla no inglesa que se alzó con la preciada estatuilla en la ceremonia de los Óscar de este año fue En un mundo mejor, dirigida por Susanne Bier y escrita por Anders Thomas Jensen junto con ella. Ofreciendo una visión pesimista acerca del mundo en el que vivimos, Bier nos habla de la venganza, y de cómo ésta se convierte en un kilo de pólvora cuando hay niños de por medio. La autora invita a reflexionar en torno al mundo que estamos dejando a nuestros hijos, en torno hasta qué punto somos responsables de los psicópatas del mañana. Sentimientos y experiencias como la culpa o la pérdida de la inocencia son algunos de los temas que se tratan en En un mundo mejor, constituyendo una gran película muy bien contada en imágenes por la directora Susanne Bier. La música de Johan Söderqvist nos invita a sumergirnos en las, a veces frías y a veces cálidas pero siempre preciosas, imágenes que nos regala la fotografía de Morten Soborg. No podía ser de otra forma tratándose de una luz propia de esas latitudes. Bier se atreve a plantear el dilema de que ninguna agresión debe quedar sin respuesta. Pero invita a pensar los términos en los que esa respuesta se debe dar. Así, apunta directamente a la mezcla de impotencia y desinterés de las instituciones por solventar ciertos problemas como el acoso escolar, y explica cómo este irresponsable comportamiento es el principal causante de la fatídica consecuencia que supone tomarse uno la justicia por su mano. La directora apuesta por las soluciones pacíficas, pero no deja de denunciar el fácil acceso que las personas, y en especial los niños, tienen al mal: en los adultos en los que fijan su modelo a seguir y en internet, espacio que ha venido a sustituir el apoyo paternal. Aunque por lo general los personajes son lo suficientemente interesantes y variados como para mantener el interés del espectador, es preciso señalar que hay un par de escenas y algunos diálogos que, unas veces por su maniqueísmo y otras por su inverosimilitud, pueden llegar a chirriar, pero en ningún caso impiden disfrutar de esta interesante película de Susanne Bier, que quizá ha querido abarcar demasiado y no ha apretado todo lo que hubiera podido.

miércoles, 13 de abril de 2011

DOCE HOMBRES SIN PIEDAD, Sidney Lumet (1957) [7,5/10]

Uno de los debuts cinematográficos más interesantes fue el del estadounidense Sidney Lumet, director de la aclamadísima Doce hombres sin piedad, basada en una obra de teatro de Reginald Rose. La película transcurre en su totalidad dentro de una sala donde un jurado popular compuesto por doce hombres debe deliberar en torno a la inocencia o culpabilidad de un joven acusado de asesinar a su padre.

Empezando con un bastante largo plano (hay varios a lo largo de la película) que parece que va a ser secuencia pero que finalmente nos deja con las ganas, Doce hombres sin piedad constituye una potente obra que invita al que la mira a ocupar el puesto número trece de ese jurado y decidir la suerte del acusado junto con Henry Fonda y los demás. El autor nos invita a reflexionar en torno al sistema judicial y la responsabilidad que conlleva decidir en torno a un asunto tan delicado como es la vida de una persona, aprovechando para realizar una notable crítica en forma de personajes que no se lo toman todo lo en serio que debieran o que dejan aflorar sus prejuicios a la hora de emitir su veredicto, del mismo modo que podemos dejarlos aflorar nosotros en tanto que miembro número trece del jurado.



La adaptación al cine por parte de Lumet no puede ser calificada de otra forma más que de impecable, aprovechando la oportunidad que ofrece el cine de mostrar primeros planos e inteligentes movimientos de cámara para presentarnos a los personajes y lo que piensan, así como para dotar de tensión y emoción a la historia.



Siendo una película que se desarrolla en un espacio tan reducido, son los actores los que determinan si la película va a ser creíble o no, y he de decir que, aunque por lo general todas las escenas que los personajes de Doce hombres sin piedad desarrollan resultan verosímiles, sí es cierto que hay ocasiones en las que parece que Lumet ha querido ir demasiado rápido, obligando a los personajes a decir lo que él quiere que digan, en lugar de dejarles que se convenzan por sí mismos y, por tanto, convenzan también al espectador.


martes, 5 de abril de 2011

TESTIGO DE CARGO, Billy Wilder (1957) [9/10]

Hablar de Billy Wilder es hablar de palabras mayores, y debe hacerse a sabiendas de que no se está hablando de un cualquiera, sino de uno de los más grandes cineastas que nos ha brindado el séptimo arte. Habiendo realizado ya algunas de las joyas que han quedado enmarcadas en la vitrina de los trofeos de la Historia del cine, como El crepúsculo de los dioses o Perdición, en 1957 Billy Wilder lo volvió a hacer: volvió a hacer magia, volvió a demostrar que el cine era un arte, volvió a dejar patente que él era único, y que era el mejor. En definitiva, volvió a dirigir una película, la cual llevaba por nombre Testigo de cargo y estaba basada en una obra de Agatha Christie.


Testigo de cargo es una joya que lo tiene todo. En primer lugar tiene un guión brillante, medido al milímetro, que no se permite la osadía de dejar un solo cabo suelto, que está escrito por el propio director en colaboración con Harry Kurnitz y que reserva para el final un triple salto mortal que acaba por conseguir meterse al público en el bolsillo definitivamente. Cada escena se cierra a la perfección y logra mantener el ritmo con una capacidad asombrosa.


En segundo lugar, Testigo de cargo es una de esas películas que explica la sociedad, que habla de la sociedad con una maestría y una elegancia tales que cuesta creer que haya sido realizada por un ser humano. Wilder nos cuenta una historia acerca de la justicia, de la ley, del bien y del mal, de la cantidad de canallas que hay sueltos por el mundo dispuestos a lo que sea por dinero. Y también por amor. Testigo de cargo es, por todo ello, una película casi perfecta.


Cuentan que Alfred Hitchcock una vez dijo que, en el rodaje de una película, no se podía trabajar ni con niños, ni con animales, ni con Charles Laughton. Pues bien, ignorando si es cierto que Laughton era una persona intratable en los rodajes, es preciso señalar que en Testigo de cargo hace todo un papelón, interpretando a uno de esos personajes que en contadísimas ocasiones ves y que no se te olvidan en la vida. Sir Wilfrid Roberts constituye uno de los personajes más originales y carismáticos que me he encontrado en una pantalla en mucho tiempo, y cada una de sus frases es digna de enmarcar para la posteridad, algo que, de nuevo, vuelve a dar fe del excelente guión sobre el que se asienta esta obra maestra que es Testigo de cargo, película que invita a reflexionar en torno al hecho de que Billy Wilder haya pasado a la Historia como el maestro de la comedia (películas como El apartamento o Con faldas y a lo loco prueban que él, y no otro, es el único e indiscutible maestro de la comedia), siendo que muchas de sus más grandiosas obras constituyen auténticos dramas.


viernes, 1 de abril de 2011

UNA HISTORIA VERDADERA, David Lynch (1999) [7/10]

En 1994, el anciano Alvin Straight (Richard Farnsworth) recorrió la distancia que separa Iowa de Wisconsin montado en su máquina cortacésped para ir a ver a su hermano, con quien no se hablaba desde hacía diez años y que acababa de sufrir un ataque al corazón. Una historia verdadera, de David Lynch, recoge aquel emocionante momento en la vida del viejo Alvin, resultando una preciosa película que nos habla del amor fraternal y familiar en general.

La película, sus imágenes, me roza y me acaricia, pero no me abraza y me envuelve como sí lo hicieron Mulholland Drive o Carretera perdida, quizá porque, siendo de David Lynch, me esperaba del filme una cosa y me encontré con otra, o quizá porque, precisamente, el guión no se debe a la creación del maestro surrealista, sino a la de John Roach y Mary Sweeney.


Sea como sea, y a pesar de que los encuentros del viejecito con diversos personajes a lo largo de su gesta contribuyen a amenizar la película aportando interesantes lecciones de vida y de moral, la película resulta bastante lenta y simple, y uno no puede dejar de tener la sensación de que todo esto no hacía falta contarlo en casi dos horas, sino que en treinta minutos la historia podía estar ventilada perfectamente. Una historia verdadera me recuerda en este sentido a Los puentes de Madison de Clint Eastwood, película también lenta a su manera, pero transmisora, en mayor medida que el film de Lynch, de fuertes emociones que tienen que ver con el amor y la pasión.


Los paisajes que nos son mostrados y la forma en que nos son presentados se aproximan ligeramente a lo que podríamos denominar "atmósfera Lynch", pero no llegamos a tener plenamente la sensación de estar ante una película dirigida por el creador de Twin Peaks, cosa que sí parece ocurrir en el caso de la siempre adecuada música de Angelo Badalamenti, habitual colaborador del director, que encaja a la perfección con las bellas imágenes para regalarnos una película que, si bien defrauda a aquellos que esperábamos la típica película de David Lynch, es indudable que se trata de una bella historia digna de ver. Si es en compañía de tu hermano, mejor aún.