viernes, 30 de diciembre de 2011

THE ARTIST, Michel Hazanavicius (2011) [7,9/10]

Sin ningún lugar a dudas, una de las sorpresas del año en lo que a cine se refiere la constituye la película The artist, del francés Michel Hazanavicius, quien, en plena época de dominio del 3D y el cine digital, se ha atrevido a contarnos una historia acerca de la renovación y la adaptación a un nuevo medio a través de una película muda en blanco y negro.


Cuando uno se sienta en la butaca del cine y la película se empieza a proyectar, se tiene la sensación de viajar en una máquina del tiempo hasta el Hollywood de 1927, donde un exitoso actor llamado George Valentin (Jean Dujardin) se come el mundo a bocados gracias a sus fantásticas películas. El problema viene con la definitiva implantación del cine sonoro, que acaba por desplazar a aquellos expresivos rostros asociados a lo viejo y demanda nuevas caras y, sobretodo, nuevas voces. Es en este contexto donde una bella Peppy Miller (Berenice Bejo), en oposición al olvidado Valentin, desarrolla su meteórica carrera hacia el estrellato cinematográfico. El encuentro entre ambos actores servirá como detonante de una historia que se divierte reflexionando en torno a la mentira que es el cine, desde el falso lunar de la actriz hasta el decorado de cartón-piedra del estudio de rodaje; una historia que nos muestra lo mucho que nos gusta ser engañados por el cine, porque al engañarnos nos maravilla, nos cautiva y nos atrapa.


Autor también del guión del filme, Hazanavicius demuestra ser un grandísimo director en gran parte gracias al material con el que cuenta: imágenes y nada más que imágenes. De esta forma, el uso de la elipsis del que hace gala el director francés sólo puede ser calificado como magistal, sabiendo aprovechar bien las oportunidades que le brinda el cine mudo y logrando transmitir con éxito las emociones que se propone. A este respecto, conviene también mencionar las interpretaciones de todos los actores, por lo general a la altura y únicamente molestando al principio Berenice Bejo, un rostro demasiado actual quizá, pero al que uno acaba por acostumbrarse.


The artist es una arriesgada apuesta que merece por sí misma el reconocimiento internacional, aunque sólo sea por acercar el cine mudo al público general y mantener viva la magia del cine.

sábado, 17 de diciembre de 2011

MELANCOLÍA, Lars von Trier (2011) [5,1/10]

No estaría mintiendo si dijese que iba al cine con ganas de ver la última película de Lars von Trier, pero también es cierto que algo de miedo, alerta y preparación psicológica en mí había.
Y es que según me siento en la butaca y las primeras imágenes de Melancolía se empiezan a pasar ante mí, no puedo menos que temerme lo peor al comprobar que lo que estoy viendo se parece demasiado a El árbol de la vida, de Terrence Malick. Las escenas iniciales a cámara superlenta remiten a lo onírico, y es imposible no acordarse del anterior trabajo del director danés, Anticristo. Poesía y belleza gafapasta es lo que abunda en el prólogo de Melancolía, por lo general un coñazo de considerables dimensiones cuyo final es lo único que transmite algo de lo que pretende transmitir.
Superadas las hermosas escenas con las que abre la historia, en el primer acto ya aparece el sello del director mediante su realización característica, de cámara al hombro y sencillez técnica, y si antes nos acordábamos de El árbol de la vida y de Anticristo ahora lo hacemos de Celebración, un filme también dogma de Thomas Vinterberg, porque la acción se sitúa en la boda de la joven y no demasiado feliz Justine (Kirsten Dunst) en un ambiente familiar de clase alta que también sirve al director para criticar y reirse de algunas costumbres y comportamientos propios de nuestra sociedad.
Von Trier expone su particular Apocalipsis de forma poco convincente para el espectador, siendo que uno tiene la sensación de que realmente no está sucediendo nada de nada, y sólo queda bostezar o echarse una buena siesta en el mejor de los casos.
Hay momentos de gracietas que no vienen a cuento y toda una mitad de la película rozando lo irrelevante. Interpretaciones correctas de un atractivo reparto y un igualmente atractivo escotazo de Kirsten Dunst son algunos de los pocos elementos que pueden hacer mínimamente aceptable Melancolía de Lars von Trier.

martes, 6 de diciembre de 2011

UN DIOS SALVAJE, Roman Polanski (2011) [5,8/10]

Lo malo de ir al cine con altas expectativas es que, si éstas no se cumplen, el batacazo puede ser realmente doloroso, más aún si se trata de un director al que tienes una grandísima estima.


Es lo que me pasó con Un dios salvaje, una historia acerca de la hipocresía y los falsos buenos modales que imperan en la sociedad de hoy.

Coincido con muchas personas en que Un Dios salvaje, la última película de Roman Polanski es “una película imprevisible”, pero de lo estúpidas que son algunas de sus situaciones y muchas de las reacciones de sus personajes.


La historia empieza muy bien, tiene sus puntos, uno se ríe e incluso emite sonoras carcajadas. Pero llegado cierto momento se pasa tres pueblos y no es creíble en absoluto, se vuelve inverosímil por completo. Claro que, tampoco sé hasta qué punto el director polaco ha querido ser fiel a la obra de teatro original de Yasmina Reza, dado que no la he visto, sólo sé que la película deja que desear.


Las interpretaciones de los cuatro actores principales son correctas y profesionales, únicamente molestando por momentos la gran Jodie Foster, a quien los años tampoco perdonan, todo hay que decirlo.


Se agradece la capacidad de Polanski (todo un maestro) para acomodarse a una puesta en escena de notable sencillez, la cual ya demostró en su debut cinematográfico Cuchillo en el agua; pero creo que la calidad no es comparable ni mucho menos a otras películas similares como, por citar sólo un ejemplo, La cena de los idiotas, basada también en una obra de teatro de su propio director, Francis Veber.


Polanski logra crear una atmósfera adecuada y dirige bien a sus actores, pero quizá hubiese sido mejor haber adaptado a la gran pantalla otra historia con más jugo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

UMBERTO D, Vittorio de Sica (1952) [7,2/10]

En 1952, el combo Zavattini-de Sica se volvió a juntar para ofrecer otra obra cumbre del neorrealismo italiano, Umberto D. No llega, por supuesto, al nivel de emoción que logró en mí Ladrón de bicicletas, pero es igualmente un filme muy emotivo y con mucha clase.


Umberto D es una película vitalista, que invita a vivir la vida en su máxima plenitud, pero constituye todo un drama vivido por una sociedad recién salida de una terrible guerra. En ella se muestra concretamente la vulnerabilidad de los abuelitos, pero también la de los más jóvenes, descubriendo que, al final, la condición que determina un nivel de vida digno o indigno es el tener dinero o carecer por completo de él.


Umberto D cuenta la historia de un jubilado al que apenas le alcanza con su mísera pensión para tirar hacia delante. La sola compañía de su dócil perro Flike será todo con lo que cuente para hacer frente a la tiránica casera, que le quiere echar de su casa cuanto antes, y hará que don Umberto tenga que pasar por las más patéticas de las humillaciones a las que un ser humano puede verse sometido.


Esta obra neorrealista de Vittorio de Sica trata un tema dolorosamente actual, como es el del deshaucio, el cual se torna absolutamente trágico cuando se trata de personas tan indefensas como los ancianos. Aunque la fórmula es característica del neorrealismo y en ella ha basado este movimiento gran parte de su éxito, he de señalar que, en esta película, el empleo de actores no profesionales no termina de cuajar. Las interpretaciones chirrían por momentos y, lejos de contagiar el dramatismo que se espera, acaban por actuar como su cortafuegos en algunas ocasiones.


La envolvente música de Alessandro Cicognini hace que pensemos en Umberto D como en toda una definición de cine de calidad, bien hecho y emocionante.