Al igual que a Robert Bresson, hay quien ha metido en el saco de los directores malditos al director de El salario del miedo, Henri-Georges Clouzot. Ambos empezaron en los 40’, cuando Europa estaba sumida en la II Guerra Mundial, y colaboraron con los nazis para potenciar el cine nacionalsocialista. No obstante, el cine que hicieron no gustó en absoluto a los nazis y, por si esto fuese poco, al llegar de nuevo la democracia a Francia sus películas fueron prohibidas, ya que mostraban asesinatos y crímenes (y prostitución en el caso de Bresson). Además, cuando volvieron a hacer cine ya estaban alejados del cine de calidad, y no fue hasta los años 60’ cuando se les empezó a apreciar.
El salario del miedo se ambienta en una ciudad de un país latinoamericano en la que gobierna el hambre y la miseria. No hay trabajo, y la gente hace lo que sea para ganar dinero y conseguir algo que llevarse a la boca. Un día, una compañía petrolífera precisa transportar una ingente cantidad de nitroglicerina a una obra, para lo cual es conveniente contratar a muertos de hambre sin familia que realicen ese peligrosísimo trabajo que sólo alguien extremadamente desesperado (como es el caso de los protagonistas) aceptaría. Así, los jefes de la compañía encuentran en el pueblo donde se desarrolla la historia la cantera perfecta de donde sacar a sus hombres. Serán cuatro los que vayan: Mario (Yves Montand), Jo (Charles Vanel), Luigi (Folco Lulli) y Bimba (Peter van Eyck), repartidos en dos camiones.
A lo largo de la película vemos cómo las relaciones de subordinación y dominio van cambiando. Así, mientras que en un principio Jo aparecía como el hombre que partía el bacalao en el pueblo, a la hora de la verdad, cuando se trata de transportar todos esos kilos de nitroglicerina, demuestra ser un cobarde sin agallas que se caga de miedo.
Esta película de Clouzot bien podría ser una metáfora del trabajo en la que mostrar que, en el capitalismo avanzado, el riesgo que en teoría debería ser asumido por el empresario es en realidad asumido por el trabajador, lo cual no es ninguna tontería, puesto que la forma en que el director nos presenta al dueño de la compañía petrolífera, Bill O'Brien (William Tubbs), no invita a que nos parezca una persona de nuestro agrado, precisamente: sólo el hecho de que quiera contratar muertos de hambre cuya muerte nadie va a lamentar para realizar el trabajo nos da una idea de qué tipo de persona es, así como la forma en que despacha a la madre de un trabajador al borde de la muerte a causa de un accidente laboral.
Con un Yves Montand que en su representación de Mario recuerda ligeramente a Bogart, hay quien ve en esta obra de Clouzot pequeños retazos de reivindicación de lo homosexual. No seré yo el que lo niegue, pues el beso que se dan Mario y Jo (no recuerdo exactamente qué personajes eran) en cierta ocasión bien podría atestiguarlo, pero de ser así, también creo que esa supuesta reivindicación queda sepultada por la propia trama de la película.
El salario del miedo se ambienta en una ciudad de un país latinoamericano en la que gobierna el hambre y la miseria. No hay trabajo, y la gente hace lo que sea para ganar dinero y conseguir algo que llevarse a la boca. Un día, una compañía petrolífera precisa transportar una ingente cantidad de nitroglicerina a una obra, para lo cual es conveniente contratar a muertos de hambre sin familia que realicen ese peligrosísimo trabajo que sólo alguien extremadamente desesperado (como es el caso de los protagonistas) aceptaría. Así, los jefes de la compañía encuentran en el pueblo donde se desarrolla la historia la cantera perfecta de donde sacar a sus hombres. Serán cuatro los que vayan: Mario (Yves Montand), Jo (Charles Vanel), Luigi (Folco Lulli) y Bimba (Peter van Eyck), repartidos en dos camiones.
A lo largo de la película vemos cómo las relaciones de subordinación y dominio van cambiando. Así, mientras que en un principio Jo aparecía como el hombre que partía el bacalao en el pueblo, a la hora de la verdad, cuando se trata de transportar todos esos kilos de nitroglicerina, demuestra ser un cobarde sin agallas que se caga de miedo.
Esta película de Clouzot bien podría ser una metáfora del trabajo en la que mostrar que, en el capitalismo avanzado, el riesgo que en teoría debería ser asumido por el empresario es en realidad asumido por el trabajador, lo cual no es ninguna tontería, puesto que la forma en que el director nos presenta al dueño de la compañía petrolífera, Bill O'Brien (William Tubbs), no invita a que nos parezca una persona de nuestro agrado, precisamente: sólo el hecho de que quiera contratar muertos de hambre cuya muerte nadie va a lamentar para realizar el trabajo nos da una idea de qué tipo de persona es, así como la forma en que despacha a la madre de un trabajador al borde de la muerte a causa de un accidente laboral.
Con un Yves Montand que en su representación de Mario recuerda ligeramente a Bogart, hay quien ve en esta obra de Clouzot pequeños retazos de reivindicación de lo homosexual. No seré yo el que lo niegue, pues el beso que se dan Mario y Jo (no recuerdo exactamente qué personajes eran) en cierta ocasión bien podría atestiguarlo, pero de ser así, también creo que esa supuesta reivindicación queda sepultada por la propia trama de la película.
Para señalar algo erróneo del filme, creo que la historia en sí tarda en llegar. Nos tiramos mucho tiempo con la presentación de personajes y bien se podría haber cortado metraje inicial, evitando así los 140 minutos que dura la película. Y por supuesto, otro error garrafal es ese final tan estúpido y absurdo que se carga la película y que parece escrito a última hora con la intención de reírse del espectador. Quizá si hubiese estado mejor cuidado podría haber funcionado, pero tal y como aparece en la película es desastroso.
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