Una de las obras que abrió la puerta de la nouvelle-vague francesa fue Los cuatrocientos golpes, de François Truffaut. Los cuatrocientos golpes nos cuenta la historia de Antoine Doiniel (Jean-Pierre Léaud), un chico a medio camino entre la infancia y la adolescencia que crece en un mundo de jerarquía, autoridad y castigo. Antoine es un chico desobediente y travieso, lo normal en un chico de su edad (de hecho, es un alter ego del propio Truffaut), que no sabe medir hasta dónde alcanzan los efectos de sus travesuras en la paciencia de los que viven a su alrededor. Como toda institución jerárquica y autoritaria, el entorno de Antoine sólo sabe responder a la violencia del niño con más violencia, generándose así un círculo vicioso del que difícilmente se puede salir, y que siempre va a más. En este sentido, Los cuatrocientos golpes podría haber ejercido cierta influencia en If…, de Lindsay Anderson, película ya comentada en este blog donde veíamos a un grupo de chavales que, fusil en mano, decía NO a la disciplina inglesa. Truffaut en este caso dice NO a la disciplina de Francia, donde importa más la lengua francesa que las ciencias, donde lo importante es que el niño sea el primero de la clase, y donde la jerarquía está constantemente presente, tanto entre la relación de los alumnos con el profesor como en la de éste con el director.
A un servidor, y esto es ya una opinión personal, el aula de Doiniel le ha traído enseguida a la mente aquella habitación con pupitres en la que el profesor Immanuel Rath impartía clase en la película de El ángel azul, de Josef von Sternberg. Sobre todo en la clase de inglés, donde los alumnos tienen serios problemas con la pronunciación.
Es también destacable el cameo de Truffaut en el parque de atracciones, y los preciosos planos callejeros que la cámara saca de los dos niños corriendo (Antoine y su amigo René).
Antoine Doiniel (interpretado brillantemente por ese chico que seguirá junto a Truffaut en posteriores películas, y que también aparecía en la también comentada en este blog Pocilga de Pasolini) es ese niño que mentía porque, si decía la verdad, no le iban a creer; es ese niño que se rebela contra la atmósfera opresiva que le ata de pies y manos y no le deja vivir; es ese niño que corre y corre, tratando de llegar al mar. Los cuatrocientos golpes, preciosa e imprescindible.
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