Una de las obras más importantes del Neorrealismo italiano es Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica. En ella, Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani) va a solicitar un empleo como pegador de carteles. Para desempeñar dicho trabajo le será necesaria una bicicleta, cosa que, por desgracia, empeñó para obtener dinero con el que sacar adelante a su mujer (Lianella Carell) y a su hijo Bruno (Enzo Staiola). La familia se ve obligada entonces a empeñar también sus sábanas para poder comprar la dichosa bicicleta. Una vez adquirida ésta, Antonio empieza su jornada laboral con ganas, pues parece que ya se empieza a vislumbrar la luz de la esperanza en el eterno túnel de la pobreza que está recorriendo, con tan mala suerte que, en un descuido, un desalmado le roba la bicicleta y sale pedaleando a toda velocidad con ella. Antonio, lamentablemente, no logra alcanzarle. A lo largo de la película, Antonio se pateará media ciudad con su hijo en busca del ladrón con vistas a recuperar su bicicleta y, con ella, su vida.
Esta película de Vittorio de Sica y con excelente guión de Cesare Zavattini cuenta la historia de un hombre que, literalmente, se está buscando la vida. Y es que eso es precisamente lo magistral de la obra, el saber concretar en un objeto tan banal como una bicicleta la vida de una persona. Antonio Ricci sabe que, si no tiene una bicicleta, se muere de hambre, y es esa situación de estar al límite lo que le lleva, al final de la película, a hacer lo que ningún hombre bueno como él haría: robarle la bicicleta a otro. Pero cuando el hambre aprieta ya se sabe. A propósito de esta escena final, he de decir que me parece todo un ejemplo de lo que debe ser una realización perfecta. Eso es CINE con mayúsculas, eso es contar con imágenes. Toda esa fuerza logra transmitirse, por supuesto, por la genial interpretación de Maggiorani y Staiola (ninguno de los dos actor profesional en el momento de rodar la película), y si encima le añadimos la excelente música de Alessandro Cicognini tenemos una película prácticamente perfecta, lo que se viene llamando una joya cinematográfica.
Por último, es reseñable también la presencia del movimiento obrero en el filme, muy lógico en las películas neorrealistas, antifascistas por definición.
Lo dicho, CINE con mayúsculas de obligatorio visionado.
Esta película de Vittorio de Sica y con excelente guión de Cesare Zavattini cuenta la historia de un hombre que, literalmente, se está buscando la vida. Y es que eso es precisamente lo magistral de la obra, el saber concretar en un objeto tan banal como una bicicleta la vida de una persona. Antonio Ricci sabe que, si no tiene una bicicleta, se muere de hambre, y es esa situación de estar al límite lo que le lleva, al final de la película, a hacer lo que ningún hombre bueno como él haría: robarle la bicicleta a otro. Pero cuando el hambre aprieta ya se sabe. A propósito de esta escena final, he de decir que me parece todo un ejemplo de lo que debe ser una realización perfecta. Eso es CINE con mayúsculas, eso es contar con imágenes. Toda esa fuerza logra transmitirse, por supuesto, por la genial interpretación de Maggiorani y Staiola (ninguno de los dos actor profesional en el momento de rodar la película), y si encima le añadimos la excelente música de Alessandro Cicognini tenemos una película prácticamente perfecta, lo que se viene llamando una joya cinematográfica.
Por último, es reseñable también la presencia del movimiento obrero en el filme, muy lógico en las películas neorrealistas, antifascistas por definición.
Lo dicho, CINE con mayúsculas de obligatorio visionado.
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