Si dijese que Ingmar Bergman es el mejor director de cine de la historia se podría no estar de acuerdo conmigo, pero desde luego en ningún caso se podría afirmar que estoy diciendo una locura. Porque que el maestro sueco es un peso pesado del séptimo arte es algo que nadie que tenga un mínimo de conocimiento de la materia pone en duda. El escritor Robert McKee, a cuyos seminarios han acudido los mejores guionistas de las series de televisión y películas de cine más importantes, afirma que Bergman es el mejor guionista de la historia, pues es quien mejor trabaja con la materia prima propia del cine: la imagen. Bergman desarrolla como el que más esa tesis que McKee defiende en su libro El Guión: sustancia, estructura, estilo y principios de la estructura de guiones, según la cual se debe contar, pero en ningún caso explicar, y esto puede comprobarse mejor que en ninguna otra obra de Bergman en El silencio.
Pero la película que ahora nos ocupa es Fresas salvajes. En ella el profesor Isak Borg (Victor Sjöstrom) acude junto con su nuera Marianne (Ingrid Thulin) a la Universidad de Lund para asistir a un homenaje a su persona y que le nombren doctor jubilar. El profesor está al borde de la muerte, y es ahora que le toca hacer balance cuando se da cuenta de lo que ha sido su vida y qué papel ha desempeñado en ella: el de una persona egoísta y arisca.
Mediante flashbacks, sueños y demás elementos tan poco característicos de una narrativa clásica, el profesor repasa los momentos más impactantes de su vida que han ido forjando su personalidad, y ve que no ha sido una buena persona. Tanto es así que nunca fue querido por su mujer, quien le ponía los cuernos; y fue rechazado por Sara, su primer amor, yéndose ésta con su hermano. De entre todos los sueños y flashbacks a los que asiste el espectador a través del profesor, destaca ese sueño de fotografía expresionista que el profesor tiene nada más empezar el film. En él, Isak Borg se ve a sí mismo perdido en una extraña ciudad, donde se encuentra con un carruaje del que se cae un ataúd. Dentro de ese ataúd está él mismo, que se coge del brazo y trata de arrastrarse con él al interior del féretro, a la muerte, tema éste muy presente en la filmografía de Bergman.
En el viaje el profesor y su nuera se encontrarán con Sara (Bibi Andersson) y dos amigos suyos, quienes les acompañarán hasta Lund para proseguir su viaje allí. Con la aparición de este personaje, Bergman saca a la palestra la oposición entre la vida y la muerte, representadas por Sara y el profesor, respectivamente. A la vitalidad de la chica, se opone la quietud y frialdad del viejo profesor, y a los recuerdos de la infancia de éste se oponen los planes de futuro de Sara, que tiene aún toda la vida por delante.
Además de la proximidad de la muerte, aparecen otros temas clásicos en Bergman, como son la existencia de Dios (representada en las discusiones entre los dos amigos de Sara) y la liberación de la mujer (cuando Marianne de dice a su marido que va a tener el bebé, además de las distintas conversaciones acerca del tema que se van sucediendo en el viaje).
La fotografía de Gunnar Fischer es inmejorable, aunque para próximas películas Bergman contaría con Sven Nykvist. Aparte del mencionado sueño expresionista, cabría mencionar los trajes blancos en el desayuno de la casa de verano del primer flashback, así como los anocheceres y atardeceres en el bosque, los cuales recuerdan a El séptimo sello.
Del mismo modo, la música de Erik Nordgren cumple su función con creces, entra cuando tiene que entrar y nos introduce en la atmósfera de lo que el autor nos quiere contar.
Y si a todo esto le añadimos la aparición como protagonista de uno de los pioneros del cine como es el señor Victor Sjöstrom, para qué queremos más, tenemos una señora obra maestra.
En definitiva, Fresas salvajes, que fue homenajeada por Woody Allen (es conocida la admiración del neoyorquino por Bergman y la influencia que éste ejerce en sus películas) en Desmontando a Harry, tiene muchísimos elementos para analizar, pero no por ella misma en sí, sino por quién es su director. Bergman es un AUTOR con mayúsculas, de esos que con sólo ver un fotograma de su (extensa) filmografía en seguida identificas al director.
Pero la película que ahora nos ocupa es Fresas salvajes. En ella el profesor Isak Borg (Victor Sjöstrom) acude junto con su nuera Marianne (Ingrid Thulin) a la Universidad de Lund para asistir a un homenaje a su persona y que le nombren doctor jubilar. El profesor está al borde de la muerte, y es ahora que le toca hacer balance cuando se da cuenta de lo que ha sido su vida y qué papel ha desempeñado en ella: el de una persona egoísta y arisca.
Mediante flashbacks, sueños y demás elementos tan poco característicos de una narrativa clásica, el profesor repasa los momentos más impactantes de su vida que han ido forjando su personalidad, y ve que no ha sido una buena persona. Tanto es así que nunca fue querido por su mujer, quien le ponía los cuernos; y fue rechazado por Sara, su primer amor, yéndose ésta con su hermano. De entre todos los sueños y flashbacks a los que asiste el espectador a través del profesor, destaca ese sueño de fotografía expresionista que el profesor tiene nada más empezar el film. En él, Isak Borg se ve a sí mismo perdido en una extraña ciudad, donde se encuentra con un carruaje del que se cae un ataúd. Dentro de ese ataúd está él mismo, que se coge del brazo y trata de arrastrarse con él al interior del féretro, a la muerte, tema éste muy presente en la filmografía de Bergman.
En el viaje el profesor y su nuera se encontrarán con Sara (Bibi Andersson) y dos amigos suyos, quienes les acompañarán hasta Lund para proseguir su viaje allí. Con la aparición de este personaje, Bergman saca a la palestra la oposición entre la vida y la muerte, representadas por Sara y el profesor, respectivamente. A la vitalidad de la chica, se opone la quietud y frialdad del viejo profesor, y a los recuerdos de la infancia de éste se oponen los planes de futuro de Sara, que tiene aún toda la vida por delante.
Además de la proximidad de la muerte, aparecen otros temas clásicos en Bergman, como son la existencia de Dios (representada en las discusiones entre los dos amigos de Sara) y la liberación de la mujer (cuando Marianne de dice a su marido que va a tener el bebé, además de las distintas conversaciones acerca del tema que se van sucediendo en el viaje).
La fotografía de Gunnar Fischer es inmejorable, aunque para próximas películas Bergman contaría con Sven Nykvist. Aparte del mencionado sueño expresionista, cabría mencionar los trajes blancos en el desayuno de la casa de verano del primer flashback, así como los anocheceres y atardeceres en el bosque, los cuales recuerdan a El séptimo sello.
Del mismo modo, la música de Erik Nordgren cumple su función con creces, entra cuando tiene que entrar y nos introduce en la atmósfera de lo que el autor nos quiere contar.
Y si a todo esto le añadimos la aparición como protagonista de uno de los pioneros del cine como es el señor Victor Sjöstrom, para qué queremos más, tenemos una señora obra maestra.
En definitiva, Fresas salvajes, que fue homenajeada por Woody Allen (es conocida la admiración del neoyorquino por Bergman y la influencia que éste ejerce en sus películas) en Desmontando a Harry, tiene muchísimos elementos para analizar, pero no por ella misma en sí, sino por quién es su director. Bergman es un AUTOR con mayúsculas, de esos que con sólo ver un fotograma de su (extensa) filmografía en seguida identificas al director.
Buenas Linzhe.
ResponderEliminarMe cago en... El problema es que sí que lo tenía, claro, pero cambié mi ordenador viejo por otro menos viejo, y aquí no lo tengo. De todas maneras, es probable que pronto me pase algunas cosas a este ordenador, por tanto, me pasaré ese libro y más, así que si eso, te aviso. Lo siento tío.
Buen blog.