En 1955 el actor Charles Laughton realizó su única película como director, La noche del cazador, basada en la novela homónima de Davis Grubb.
Harry Powell (Robert Mitchum) es un predicador del Evangelio que se dedica a matar infieles y pecadores. Tras ser detenido por robar un coche es conducido a prisión, donde conoce a Ben Harper (Peter Graves). Ben está sentenciado a muerte por el asesinato de dos hombres en el atraco a un banco, pero antes de ingresar en prisión dejó el dinero a sus hijos John (Billy Chapin) y Pearl (Sally Jane Bruce) para que lo mantuviesen escondido y no se lo diesen a nadie. Powell acaba por enterarse de esto y, tras salir de prisión y una vez Ben ha sido ejecutado, acude al pueblo de la familia para casarse con la viuda de Ben, Willa (Shelley Winters), y hacerse así con el dinero. Los niños, tal y como le prometieron a su padre, no tolerarán que Powell se quede con el dinero, y se generará así una batalla entre el predicador y los niños, en la que la vida de éstos correrá serio peligro.
La noche del cazador es una película acerca de la indefensión de los niños ante el mundo que los rodea. Presenta una influencia del Expresionismo alemán innegable, conseguida gracias a la habilidad de Stanley Cortez y que puede disfrutarse en planos tan memorables como esa sombra de Powell en la ventana del cuarto de los niños. La música de Walter Schumann también ayuda a meternos en esa atmósfera de peligrosidad e intranquilidad que nos genera el personaje magníficamente interpretado por un inmejorable Mitchum, cuyos cánticos bíblicos emitidos a través de esa tan característica voz no auguran nada bueno.
La película mantiene un ritmo trepidante a lo largo de todo el metraje, consigue elevarnos hasta un clímax de alturas insospechadas hasta que, de tan alto que subimos, nos pegamos un bofetón extremadamente doloroso. Y es que así es el final de La noche del cazador: doloroso, de tan decepcionante que resulta. No puede extrañar que no tuviese éxito en su día, porque lo cierto es que tras ver la única obra dirigida por Laughton, y tras haber escuchado nada más que críticas buenísimas acerca del filme, uno se viene abajo junto con la película. Quizá sea demasiado onírica y esté demasiado cargada de simbolismo como para entenderla de buenas a primeras, pero la decepción está ahí. Una de las cosas que salvan el film es el ver a Lillian Gish en pantalla.
Harry Powell (Robert Mitchum) es un predicador del Evangelio que se dedica a matar infieles y pecadores. Tras ser detenido por robar un coche es conducido a prisión, donde conoce a Ben Harper (Peter Graves). Ben está sentenciado a muerte por el asesinato de dos hombres en el atraco a un banco, pero antes de ingresar en prisión dejó el dinero a sus hijos John (Billy Chapin) y Pearl (Sally Jane Bruce) para que lo mantuviesen escondido y no se lo diesen a nadie. Powell acaba por enterarse de esto y, tras salir de prisión y una vez Ben ha sido ejecutado, acude al pueblo de la familia para casarse con la viuda de Ben, Willa (Shelley Winters), y hacerse así con el dinero. Los niños, tal y como le prometieron a su padre, no tolerarán que Powell se quede con el dinero, y se generará así una batalla entre el predicador y los niños, en la que la vida de éstos correrá serio peligro.
La noche del cazador es una película acerca de la indefensión de los niños ante el mundo que los rodea. Presenta una influencia del Expresionismo alemán innegable, conseguida gracias a la habilidad de Stanley Cortez y que puede disfrutarse en planos tan memorables como esa sombra de Powell en la ventana del cuarto de los niños. La música de Walter Schumann también ayuda a meternos en esa atmósfera de peligrosidad e intranquilidad que nos genera el personaje magníficamente interpretado por un inmejorable Mitchum, cuyos cánticos bíblicos emitidos a través de esa tan característica voz no auguran nada bueno.
La película mantiene un ritmo trepidante a lo largo de todo el metraje, consigue elevarnos hasta un clímax de alturas insospechadas hasta que, de tan alto que subimos, nos pegamos un bofetón extremadamente doloroso. Y es que así es el final de La noche del cazador: doloroso, de tan decepcionante que resulta. No puede extrañar que no tuviese éxito en su día, porque lo cierto es que tras ver la única obra dirigida por Laughton, y tras haber escuchado nada más que críticas buenísimas acerca del filme, uno se viene abajo junto con la película. Quizá sea demasiado onírica y esté demasiado cargada de simbolismo como para entenderla de buenas a primeras, pero la decepción está ahí. Una de las cosas que salvan el film es el ver a Lillian Gish en pantalla.
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