Existen películas, como Luces de la ciudad de Charles Chaplin, que son difíciles de comentar por la sencilla razón de que, en ellas, prácticamente todo está resuelto de forma genuina. Podemos catalogar como obra maestra a Luces de la ciudad sin tan siquiera sonrojarnos, porque estamos ante cine en mayúsculas, arte puro y duro.
El maestro del gag visual demuestra que conoce y maneja el lenguaje cinematográfico como nadie, y nos cuenta las cosas tal y como debe hacerlo un profesional, un cineasta de raza. Cada secuencia, cada escena, cada plano, cada fotograma lleva impreso el sello “Made in Chaplin”, que hace la película inconfundiblemente preciosa, bella y tierna como nada en el mundo.
Ya sólo la primera escena de la película, en la que se nos presenta el personaje, constituye de por sí toda una lección de estilo y saber hacer, y maravillándonos con el resto de la película es como acabamos por comprender por qué Charles Chaplin es toda una leyenda de la Historia del Cine. Él es el cine.
En Luces de la ciudad, Chaplin interpreta a un vagabundo que se enamora de una pobre vendedora de flores ciega (Virginia Cherrill), a quien tendrá que ayudar a pagar las letras de su piso para que no la desahucien.
Como no podía ser de otra forma en el genio, en medio de enternecedoras imágenes que nos tocan en lo más profundo de nuestros corazones, las críticas al cine sonoro se hacen patentes en graciosísimas escenas que aún a día de hoy permanecen imborrables en las páginas de la Historia del Cine.
Luces de la ciudad eriza el vello de los brazos, es una obra necesaria, una película que cuesta creer que haya sido hecha por un mortal.
El maestro del gag visual demuestra que conoce y maneja el lenguaje cinematográfico como nadie, y nos cuenta las cosas tal y como debe hacerlo un profesional, un cineasta de raza. Cada secuencia, cada escena, cada plano, cada fotograma lleva impreso el sello “Made in Chaplin”, que hace la película inconfundiblemente preciosa, bella y tierna como nada en el mundo.
Ya sólo la primera escena de la película, en la que se nos presenta el personaje, constituye de por sí toda una lección de estilo y saber hacer, y maravillándonos con el resto de la película es como acabamos por comprender por qué Charles Chaplin es toda una leyenda de la Historia del Cine. Él es el cine.
En Luces de la ciudad, Chaplin interpreta a un vagabundo que se enamora de una pobre vendedora de flores ciega (Virginia Cherrill), a quien tendrá que ayudar a pagar las letras de su piso para que no la desahucien.
Como no podía ser de otra forma en el genio, en medio de enternecedoras imágenes que nos tocan en lo más profundo de nuestros corazones, las críticas al cine sonoro se hacen patentes en graciosísimas escenas que aún a día de hoy permanecen imborrables en las páginas de la Historia del Cine.
Luces de la ciudad eriza el vello de los brazos, es una obra necesaria, una película que cuesta creer que haya sido hecha por un mortal.
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