Con su última película, Más allá de la vida, Clint Eastwood ha vuelto a dejar patente que es uno de los más grandes directores de cine que siguen en activo. Eastwood sabe cómo contarnos las cosas, y en esta última película escrita por Peter Morgan nos regala una emotiva obra que, si bien no está a la altura de otros grandes títulos suyos como Sin Perdón, tampoco se rebaja al nivel de Invictus, por lo que a mi entender la crítica se ha cebado bastante injustamente con ella.
Clint Eastwood ya es un hombre mayorcito, ochenta años nada menos, de ahí quizá que nadie mejor que él para dirigir un proyecto como Más allá de la vida, acerca de tres personas de distintas partes del globo que, en un momento de su vida, adquieren contacto directo con la muerte.
Ya las primeras imágenes de la película son sumamente sobrecogedoras, y únicamente podría achacárseles un excesivo uso del ordenador. Éste se nota demasiado, pero no importa, porque a partir de ahí la atención se va a posar sobre los personajes, adecuadamente interpretados por Matt Damon y Cécile De France, chirriando ligeramente los niños, Frankie y George McLaren.
En cuanto al guión, roza la frontera que separa lo verosímil de lo absurdo, pero por fortuna, a pesar de la gilipollez del final y algunos diálogos que parecen no haber experimentado revisión alguna, queda del lado de lo verosímil y todos los elementos permanecen bien hilados.
Por otra parte, el cameo de Derek Jacobi, y el hecho de que interprete el papel que interpreta, es todo un puntazo para una notable película a la que, quizá, podría echársele en cara su excesivo metraje.
Clint Eastwood ya es un hombre mayorcito, ochenta años nada menos, de ahí quizá que nadie mejor que él para dirigir un proyecto como Más allá de la vida, acerca de tres personas de distintas partes del globo que, en un momento de su vida, adquieren contacto directo con la muerte.
Ya las primeras imágenes de la película son sumamente sobrecogedoras, y únicamente podría achacárseles un excesivo uso del ordenador. Éste se nota demasiado, pero no importa, porque a partir de ahí la atención se va a posar sobre los personajes, adecuadamente interpretados por Matt Damon y Cécile De France, chirriando ligeramente los niños, Frankie y George McLaren.
En cuanto al guión, roza la frontera que separa lo verosímil de lo absurdo, pero por fortuna, a pesar de la gilipollez del final y algunos diálogos que parecen no haber experimentado revisión alguna, queda del lado de lo verosímil y todos los elementos permanecen bien hilados.
Por otra parte, el cameo de Derek Jacobi, y el hecho de que interprete el papel que interpreta, es todo un puntazo para una notable película a la que, quizá, podría echársele en cara su excesivo metraje.
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