miércoles, 13 de octubre de 2010

TIME, Kim Ki-duk (2006) [7,3/10]

Seh-hee (Ji-Yeon Park) está preocupada porque cree que está dejando de gustar a Ji-woo (Jung-woo Ha), su chico. Piensa que él se aburre de ver siempre el mismo cuerpo tras dos años juntos, y decide operarse y cambiar su aspecto.
Siendo la primera película que veo, no sólo de Kim Ki-duk, sino de cine coreano en general, he de decir que Time, aunque de primeras le descoloca a uno los esquemas ligeramente, es una genial historia acerca de medias naranjas y de paso del tiempo como cura de todos los males.
Ambos protagonistas desaparecen, se toman un tiempo para cambiar de cara, literalmente, estableciendo así Kim Ki-duk una genial metáfora. En cierto modo hacemos lo mismo cuando nos tomamos un tiempo con nuestras parejas, tenemos la esperanza de volver siendo unas personas nuevas, “otra cara”. Pero las cosas no volverán a ser iguales, ya no es lo mismo, y es frustrante saberlo.
Todos tenemos un modelo de cómo queremos que sea nuestra media naranja y lo vamos buscando por el mundo. Creemos que lo hemos encontrado, pero no. Vemos cosas que concuerdan con la definición de nuestra media naranja, pero sólo son meras coincidencias, y acabamos por entrar en un bucle sin fin en el que no podemos estar sin esa persona, pero tampoco con ella.
La fotografía y música del filme son preciosas. He visto poco cine oriental, pero lo poco que he visto me ha parecido que en general suele tener muy cuidados estos dos elementos, y suele ser muy gratificante a este respecto. Time, sus personajes y sus ambientes, la sociedad que muestra, parece ser muy occidental a pesar de desenvolverse en Asia. La forma de vestir de los protagonistas, su forma de moverse, apenas guardan diferencias con lo que se ve en Estados Unidos o en el viejo continente. Y esa forma de ser tan occidental mezclada con esos otros aspectos tan orientales y exóticos a ojos de un ciudadano de Occidente, otorga una fuerza y belleza visual que engancha desde el primer momento y hace el visionado muy agradable. A propósito de esto conviene destacar escenas tan sobrecogedoras como las de las esculturas del parque o las de Seh-hee con la careta de sí misma, que remiten casi a lo onírico y al surrealismo, todo ello bañado ocasionalmente en un peculiar sentido del humor del que el autor hace gala.

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