La última película del director de la Academia de Cine, Álex de la Iglesia, es una mirada personal de incomprensión a la sociedad española de la pre-Transición.
Con un potente arranque en el que damos un garbeo por los recuerdos del director bilbaíno, la película comienza a deshincharse como un balón pinchado hasta quedar reducida a una putrefacta goma que se limita a mostrarnos lo que pudo ser y no ha sido.
Autobiográfica en cierto modo, el planteamiento que propone Balada triste de trompeta no puede ser mejor: una exposición del gran circo tragicómico que representaba la España del tardofranquismo, con una España vencida y otra vencedora, con mucho odio y con mucha rabia entre la población, y también con mucha locura pasional contenida. Pero por desgracia, esta preciosa metáfora que podría habernos legado una de las mejores obras del cine español de los últimos años se viene tristemente a pique por varios factores.
El primero de ellos es la pésima actuación de la que en muchas ocasiones a lo largo de la película hacen gala los actores. Salvando a Antonio de la Torre y a algún que otro extra, cada intérprete da la sensación de estar repitiendo las líneas del guión cual loro hipnotizado. Y si encima este mal viene a recaer en dos de los actores principales (Carlos Areces y Carolina Bang), que son los que soportan el peso narrativo, pues apaga y vámonos.
En segundo lugar, llega un momento en el que las cosas empiezan a ir demasiado rápido, hasta el punto de poderse intuir que en la sala de montaje se descubrió algo que no funcionaba del todo bien. Vemos entonces escenas que no están todo lo pulidas que deberían, a lo cual se suma lo comentado antes de los actores, que tampoco terminan de estar correctamente perfilados, y es entonces cuando los sentimientos de los personajes y los míos toman caminos distintos y, salvo breves encontronazos, no vuelven a unirse nunca más en lo que resta de metraje, resultando Balada triste de trompeta una película con cosas muy buenas, pero también con cosas muy malas.
El filme, eso sí, constituye un original espectáculo visual que a más de uno dejará grabado alguna que otra escena para la posteridad, y no, no será un top-less de Carolina Bang, por mucho que algunos lo lleváramos esperando desde el momento en que aparece en pantalla.
Con toda seguridad, gustará más a los fieles seguidores de Álex de la Iglesia, amantes de su universo e identificados con su forma de ver la vida a través de una cámara; pero lo más probable es que deje al resto de los mortales con un amargo sabor de boca a falta de un bocado muchísimo más dulce.
Con un potente arranque en el que damos un garbeo por los recuerdos del director bilbaíno, la película comienza a deshincharse como un balón pinchado hasta quedar reducida a una putrefacta goma que se limita a mostrarnos lo que pudo ser y no ha sido.
Autobiográfica en cierto modo, el planteamiento que propone Balada triste de trompeta no puede ser mejor: una exposición del gran circo tragicómico que representaba la España del tardofranquismo, con una España vencida y otra vencedora, con mucho odio y con mucha rabia entre la población, y también con mucha locura pasional contenida. Pero por desgracia, esta preciosa metáfora que podría habernos legado una de las mejores obras del cine español de los últimos años se viene tristemente a pique por varios factores.
El primero de ellos es la pésima actuación de la que en muchas ocasiones a lo largo de la película hacen gala los actores. Salvando a Antonio de la Torre y a algún que otro extra, cada intérprete da la sensación de estar repitiendo las líneas del guión cual loro hipnotizado. Y si encima este mal viene a recaer en dos de los actores principales (Carlos Areces y Carolina Bang), que son los que soportan el peso narrativo, pues apaga y vámonos.
En segundo lugar, llega un momento en el que las cosas empiezan a ir demasiado rápido, hasta el punto de poderse intuir que en la sala de montaje se descubrió algo que no funcionaba del todo bien. Vemos entonces escenas que no están todo lo pulidas que deberían, a lo cual se suma lo comentado antes de los actores, que tampoco terminan de estar correctamente perfilados, y es entonces cuando los sentimientos de los personajes y los míos toman caminos distintos y, salvo breves encontronazos, no vuelven a unirse nunca más en lo que resta de metraje, resultando Balada triste de trompeta una película con cosas muy buenas, pero también con cosas muy malas.
El filme, eso sí, constituye un original espectáculo visual que a más de uno dejará grabado alguna que otra escena para la posteridad, y no, no será un top-less de Carolina Bang, por mucho que algunos lo lleváramos esperando desde el momento en que aparece en pantalla.
Con toda seguridad, gustará más a los fieles seguidores de Álex de la Iglesia, amantes de su universo e identificados con su forma de ver la vida a través de una cámara; pero lo más probable es que deje al resto de los mortales con un amargo sabor de boca a falta de un bocado muchísimo más dulce.
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