martes, 1 de junio de 2010

LA MUERTE TENÍA UN PRECIO, Sergio Leone (1965) [7/10]

Tras haber sorprendido con Por un puñado de dólares en 1964, Sergio Leone volvió a la carga el año siguiente con La muerte tenía un precio, que, junto con El bueno, el feo y el malo, completa la trilogía del dólar y consolida el llamado spaghetti western. De hecho, la traducción literal del título original es Por unos dólares más, lo cual ya nos da una idea de que, efectivamente, se trata de la continuación de la película del 64.

En La muerte tenía un precio nos topamos con dos caza-recompensas, Douglas Mortimer (Lee Van Cleef) y “Manco” (Clint Eastwood), que persiguen un mismo hombre: El Indio (Gian Maria Volonté). Para atraparlo, acordarán que “Manco” se infiltre en la banda del Indio para poder atacarle por dos frentes.

En La muerte tenía un precio el bien y el mal tal y como nos lo han explicado desde que éramos pequeños desaparecen para relativizarse hasta el punto de confundirse el uno con el otro. Al final triunfa el bien, porque el delincuente es atrapado, pero la paradoja reside en que triunfa por métodos poco éticos, es decir, a través del mal. Luego ¿quién triunfa? No debe dejarse pasar por alto, en este sentido, que estos caza-delincuentes no son respetados por los ciudadanos, sino que son temidos por ellos. Y es que en La muerte tenía un precio vemos calles vacías, gente corriendo rápido a esconderse en sus casas cuando los Mortimer y los Manco aparecen por las calles, no vaya a ser que ocurra algo. Cuando la gente teme a esos que combaten el mal es que algo falla ahí.
Pero lo llamativo de los caza-recompensas reside en sí mismos: hacen lo que hacen por dinero. Es gracioso el símil que se puede establecer entre la trama de La muerte tenía un precio y el funcionamiento de la economía de mercado. ¡Si es que hasta el Manco y Mortimer constituyen una “sociedad” para dar caza al Indio! Y, por supuesto, tal y como se ve al final del filme, es importante que todo buen empresario dueño de su trabajo vigile bien sus cuentas para que todo cuadre, no vaya a ser que haya que cargarse a otro tío de la banda del Indio para sumar los 27.000 que habíamos calculado como ganancia, y entonces, al igual que el personaje interpretado por Eastwood, tengamos que decir con absoluta frialdad: “Ahora sí”.

En lo que a técnica se refiere, podríamos mencionar el abuso del zoom, que le da una agilidad impresionante a las escenas de duelo, así como el montaje picado acompañado de sonidos de disparos que puede apreciarse en algunas ocasiones. Pero nos deberían pegar un pequeño tirón de orejas si nos olvidásemos del cuarto protagonista que aparece en esta película: Ennio Morricone. La música de este amigo de la infancia de Leone nos presenta a cada personaje y enfatiza la acción, aportando un toque a la obra que, de no estar ahí, es seguro que la película no sería lo que es actualmente.

Como curiosidad, señalar que la película se rodó en España, en concreto en Colmenar Viejo (Madrid), en el desierto de Tabernas (Almería) y en la linda pedania de la comarca de Níjar llamada Los Albaricoques, escenario que sirvió para muchas otras películas del spaghetti western.


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