Stephen Daldry debutó en el cine con Billy Elliot, una preciosa historia escrita por Lee Hall acerca de aceptarse a uno mismo y a los de nuestro alrededor. El escenario, al igual que en muchos otros dramas sociales como Full Monty, vuelve a ser la Inglaterra de Tatcher, sacudida por sus políticas neoliberales y plagada de conflictividad social. En el condado de Durham, un chaval llamado Billy Elliot (Jaime Bell) no es demasiado hábil con los puños para dedicarse al boxeo, pero parece que, por el contrario, lo que sí se le da estupendamente es el ballet. En medio de la preocupación de su familia por el camino que ha decidido tomar el chico, Billy se esforzará día a día por llegar lejos haciendo lo que mejor sabe y, lo más importante, lo que más le gusta.
El hecho de que el hermano y el padre de Billy, ambos mineros de profesión, estén metidos en pleno conflicto laboral, invita al espectador a reflexionar hasta qué punto estaría uno dispuesto a defender sus principios y convicciones si está en juego la felicidad de nuestros seres queridos.
Como no podía ser de otra forma en una película que tiene la danza como trasfondo, la banda sonora de Billy Elliot está plagada de temazos que animan todos y cada uno de ellos a mover el esqueleto, y salir calle abajo, como hacía Billy, bailando y corriendo, disfrutando. Porque ese es otro de los pilares sobre los que se asienta Billy Elliot: la importancia de hacer con nuestra vida lo que nosotros queremos, y no permitir que sean los demás quienes la dirijan.
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