lunes, 8 de agosto de 2011

FUNNY GAMES, Michael Haneke (1997) [9,5/10]

Funny Games, de Michael Haneke, es una de las películas que más me ha afectado desde que me llevo interesando por el cine. Mucha gente de mi entorno la conocía y me hablaban de ella, me enseñaron algunas escenas, y lo que definitivamente me atrapó de ella fue su frialdad a la hora de tratar un tema como el de la violencia.


Funny Games presenta a dos jóvenes que se meten en la casa de una familia más o menos acomodada y les torturan por diversión. Así, Michael Haneke hace lo que mejor sabe: hablar de violencia haciendo añicos la arquetípica familia occidental, poniendo especial atención al papel que los medios de comunicación desempeñan en su tratamiento, convirtiendo al ciudadano-espectador en una suerte de voyeur morboso que, aunque sea desagradable, no puede evitar mirar lo violento que ocurre ante sus ojos. Es ese pequeño y ligero placer que nos proporciona la violencia.


De nuevo, Haneke vuelve a dejar claro que esa película es suya, no sólo en el tema, que como ya decimos es muy habitual en él; sino también en su técnica a la hora de contar la historia; no sólo en el contenido, sino también en la forma. Planos largos, eternos, crudamente realistas son los que nos regala el director austriaco, generando una atmósfera opresiva y maloliente, desagradable en cualquier caso, pero morbosamente placentera. El espectador-voyeur es partícipe más que nunca de la acción que transcurre ante él.
Uno de los recursos que mejor le funcionan al director en esta película es el uso de los contrastes. ¿Cómo nos imaginamos nosotros a unos asaltantes de viviendas que torturan a sus inquilinos? Pues violentos, gritones, nerviosos, amenazadores, en definitiva, malos. ¿Pero qué ocurre en Funny Games? Ocurre que Paul y Peter son dos de las personas más educadas que jamás se hayan visto en una pantalla, y es eso lo que da verdadero pavor al espectador, que está asistiendo a una contradicción tan insalvable que todos sus esquemas interiores se descolocan, y se vuelve excesivamente vulnerable ante las imágenes que visiona, resultando Funny Games toda una tortura para aquellos que sienten y padecen por las injusticias sufridas por los demás. En este sentido, conviene fijarse en el inmediato inicio de la película: música clásica, ¿y a continuación? La paz y la tranquilidad que se respiraba bajo las notas de Haendel son rasgadas de arriba a abajo por la música endiablada de un grupo de punk costroso a más no poder. Ello supone una de las formas más elegantes y originales de introducir al espectador en lo que va a ver durante la próxima hora y media.


Funny Games es fría como el polo norte, no se permite el menor grado de humanidad. El director no muestra la menor empatía para con la familia, y eso nos duele, y a la vez hace de la película algo majestuoso. Incluso afecta más en un segundo visionado.

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