En los tiempos que corren y con los distintos Festivales de Cine que se celebran a lo largo y ancho del globo, el público general está teniendo acceso a cinematografías distintas de las que suelen inundar nuestras pantallas, principalmente la estadounidense y en menor medida la europea. Así, cada vez es menos extraño tener noticias de directores y producciones japonesas, latinoamericanas o, como el caso de la película que nos ocupa hoy, iraníes. La punta de lanza del cine iraní a día de hoy se llama Abbas Kiarostami, y con su película El sabor de las cerezas logró la Palma de Oro en Cannes en 1997.
El sabor de las cerezas es una reflexión sobre la vida que nos presenta a un hombre (Homayoun Ershadi) que se quiere suicidar y busca alguien que esté dispuesto a enterrarle. A través de las distintas "entrevistas de trabajo" que realiza a los candidatos a enterradores, el hombre va recibiendo diversas razones para no llevar a cabo tan indeseable empresa en una sociead tan fundamentalista como es la iraní.
Kiarostami cuenta una historia bonita e interesante, pero en mi opinión no la cuenta bien, o por lo menos a mí no me ha gustado cómo me la ha contado. Eso de enganchar una cámara al asiento del copiloto enfocando al conductor, poner a Homayoun Ershadi a dar vueltas con el coche y construir la película principalmente a base de los planos que la cámara ha ido tomando, es angustioso, claustrofóbico y puede que hasta mareante. Desagradable en cualquier caso, y lleva a cogerle un poco de tirria a la película.
En esta película también abundan los planos largos en los que no se corta ni a la de tres, y a mí personalmente me gusta este tipo de planos que hacen directores como Angelopoulos o Tarkovski, pero si el paisaje que presentan es entre feo y horrible y la acción carece por completo de interés (como es el caso de El sabor de las cerezas) es difícil que el espectador pueda ver un mínimo de atractivo en ellos.
Del mismo modo, y acorde con lo anterior, pueden llegar a cansar esas tomas exteriores al coche en las que únicamente oímos las voces de los personajes. Obtenemos así un exceso de voz en off que nos lleva a plantearnos si no será ésta una película para escuchar más que para ver.
Tras ver este filme de Kiarostami uno quiere pensar que son esas pequeñas pero agradables cosas las que hacen de la vida algo digno de ser vivido. Todos hemos de encontrar nuestro particular sabor de las cerezas y hallar motivos para tirar hacia delante, a pesar de los palos que vayamos recibiendo por el camino. Como ya digo, la historia no puede ser más bonita, pero lo cierto es que el filme no llega a emocionar ni por asomo, y las cerezas saben a poco.
El sabor de las cerezas es una reflexión sobre la vida que nos presenta a un hombre (Homayoun Ershadi) que se quiere suicidar y busca alguien que esté dispuesto a enterrarle. A través de las distintas "entrevistas de trabajo" que realiza a los candidatos a enterradores, el hombre va recibiendo diversas razones para no llevar a cabo tan indeseable empresa en una sociead tan fundamentalista como es la iraní.
Kiarostami cuenta una historia bonita e interesante, pero en mi opinión no la cuenta bien, o por lo menos a mí no me ha gustado cómo me la ha contado. Eso de enganchar una cámara al asiento del copiloto enfocando al conductor, poner a Homayoun Ershadi a dar vueltas con el coche y construir la película principalmente a base de los planos que la cámara ha ido tomando, es angustioso, claustrofóbico y puede que hasta mareante. Desagradable en cualquier caso, y lleva a cogerle un poco de tirria a la película.
En esta película también abundan los planos largos en los que no se corta ni a la de tres, y a mí personalmente me gusta este tipo de planos que hacen directores como Angelopoulos o Tarkovski, pero si el paisaje que presentan es entre feo y horrible y la acción carece por completo de interés (como es el caso de El sabor de las cerezas) es difícil que el espectador pueda ver un mínimo de atractivo en ellos.
Del mismo modo, y acorde con lo anterior, pueden llegar a cansar esas tomas exteriores al coche en las que únicamente oímos las voces de los personajes. Obtenemos así un exceso de voz en off que nos lleva a plantearnos si no será ésta una película para escuchar más que para ver.
Tras ver este filme de Kiarostami uno quiere pensar que son esas pequeñas pero agradables cosas las que hacen de la vida algo digno de ser vivido. Todos hemos de encontrar nuestro particular sabor de las cerezas y hallar motivos para tirar hacia delante, a pesar de los palos que vayamos recibiendo por el camino. Como ya digo, la historia no puede ser más bonita, pero lo cierto es que el filme no llega a emocionar ni por asomo, y las cerezas saben a poco.
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