Una de las películas que mejor retrata el tema del alcoholismo en imágenes es Días de vino y rosas, de Blake Edwards. En ella vemos al dúo Jack Lemmon-Lee Remick interpretar a una pareja de alcohólicos cuya relación está cimentada en el exceso de bebida. Deben salir de la trampa mortal del vicio, pero también deben mantener su matrimonio a salvo. ¿Ambos estarán dispuestos a hacer lo que sea?
Días de vino y rosas se centra en el tema del alcohol, pero al fin y al cabo podría extenderse a todos aquellos ámbitos en los que el ser humano se guía más por pasiones que por razones, como por ejemplo en el amor, donde muchas veces estamos tentados de hacer cosas que sabemos que no debemos hacer. Así, en la película de Blake Edwards la tentación acecha continuamente a la pareja, situación que se vuelve aún más dramática desde el momento en que hay una hija de por medio.
La película, en tanto que historia, tarda en despegar, y la primera hora de metraje, a pesar de la velocidad con la que tienen lugar los acontecimientos o quizá precisamente a causa de ello, se torna bastante insufrible. De este modo estamos viendo durante los primeros sesenta minutos una pareja después matrimonio a la que las cosas le van bien y que incluye alguna que otra gracieta. Es decir, no hay conflicto, lo que hace bastante soporífera la primera parte.
No es hasta que Joe llega borracho a casa y empieza a sufrir las consecuencias de su adicción a la bebida y a transmitírselas a su mujer cuando la película empieza a coger ritmo y atractivo. Pasamos así de la comedia ligera al drama conmovedor mediante un giro de 180º. Con una magistral interpretación que desmiente rotundamente todas las habladurías que mencionaron a un Jack Lemmon encasillado en la comedia, el actor se convierte en un alcohólico de pro que en más de una escena pone los pelos de punta, sobre todo a aquellos que le conocíamos por haberle visto disfrazado de mujer o ejerciendo de pringado para el goce de sus superiores en busca de un ascenso. Lee Remmick también cumple su trabajo con creces, y obenemos así una emocionante historia que, aún tardando en emocionar, logra su objetivo y nos transmite la tristeza de una familia que naufraga en alcohol.
Días de vino y rosas se centra en el tema del alcohol, pero al fin y al cabo podría extenderse a todos aquellos ámbitos en los que el ser humano se guía más por pasiones que por razones, como por ejemplo en el amor, donde muchas veces estamos tentados de hacer cosas que sabemos que no debemos hacer. Así, en la película de Blake Edwards la tentación acecha continuamente a la pareja, situación que se vuelve aún más dramática desde el momento en que hay una hija de por medio.
La película, en tanto que historia, tarda en despegar, y la primera hora de metraje, a pesar de la velocidad con la que tienen lugar los acontecimientos o quizá precisamente a causa de ello, se torna bastante insufrible. De este modo estamos viendo durante los primeros sesenta minutos una pareja después matrimonio a la que las cosas le van bien y que incluye alguna que otra gracieta. Es decir, no hay conflicto, lo que hace bastante soporífera la primera parte.
No es hasta que Joe llega borracho a casa y empieza a sufrir las consecuencias de su adicción a la bebida y a transmitírselas a su mujer cuando la película empieza a coger ritmo y atractivo. Pasamos así de la comedia ligera al drama conmovedor mediante un giro de 180º. Con una magistral interpretación que desmiente rotundamente todas las habladurías que mencionaron a un Jack Lemmon encasillado en la comedia, el actor se convierte en un alcohólico de pro que en más de una escena pone los pelos de punta, sobre todo a aquellos que le conocíamos por haberle visto disfrazado de mujer o ejerciendo de pringado para el goce de sus superiores en busca de un ascenso. Lee Remmick también cumple su trabajo con creces, y obenemos así una emocionante historia que, aún tardando en emocionar, logra su objetivo y nos transmite la tristeza de una familia que naufraga en alcohol.
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