En el agosto de 1973, cinco jóvenes van a pasar el día a una casa de campo en un pueblo del Estado de Texas, ya que circula esos días la noticia acerca de un loco que se está dedicando a robar cadáveres de un cementerio cercano, y la tumba del abuelo de uno de los chicos ha sido profanada. Al llegar a su destino uno de los cinco amigos se mete en una casa y desaparece, y desde entonces nada será igual para ninguno de los otros cuatro jóvenes.
En los años 70’ se dan unas condiciones que favorecen la proliferación del cine violento en la industria de los Estados Unidos, ejerciendo un papel importante en este sentido el cine de terror. Surgen así directores que pretenden concienciar a la gente de que la violencia no es algo lejano que sólo ocurre en Vietnam y que vemos a través de nuestros televisores, sino que es un mal que nos aqueja aquí y ahora, y al que es necesario hacer frente. Es dentro de esta corriente donde incluiríamos La matanza de Texas, de Tobe Hooper.
El director logra transmitir esa atmósfera opresiva necesaria para todo filme de estas características, en parte gracias a la fotografía de Daniel Pearl y al hecho de rodar en 16mm. Y es que en La matanza de Texas abundan los planos contrapicados que ayudan a esa distorsión que provoca la sensación de frustración y desagrado. Por supuesto cabría hablar de la ¿música? que acompaña al filme, compuesta casi en su totalidad a base de golpes que más bien se asemejan a caceroladas y martillazos. Vamos, no es música celestial para los oídos, precisamente. Otro elemento a destacar de esta película es el ya mítico sonido de la motosierra que los madrileños más jóvenes asociarán a la casa del terror del Parque de atracciones, pero que en la película de Hooper se pone a funcionar a diestro y siniestro dejando títeres sin cabeza, al más puro estilo sádico-charcutero.
El problema de la película es que se queda en una violencia sin sentido, siendo muy pobre de guión, pero nadie duda de que La matanza de Texas es una película de culto que corta de raíz con el movimiento hippie. Y si no, échese un ojo a la película y obsérvese lo que les ocurre a esos cinco amigos que estaban haciendo lo que parecía ser un idílico viaje de verano en una furgoneta.
En los años 70’ se dan unas condiciones que favorecen la proliferación del cine violento en la industria de los Estados Unidos, ejerciendo un papel importante en este sentido el cine de terror. Surgen así directores que pretenden concienciar a la gente de que la violencia no es algo lejano que sólo ocurre en Vietnam y que vemos a través de nuestros televisores, sino que es un mal que nos aqueja aquí y ahora, y al que es necesario hacer frente. Es dentro de esta corriente donde incluiríamos La matanza de Texas, de Tobe Hooper.
El director logra transmitir esa atmósfera opresiva necesaria para todo filme de estas características, en parte gracias a la fotografía de Daniel Pearl y al hecho de rodar en 16mm. Y es que en La matanza de Texas abundan los planos contrapicados que ayudan a esa distorsión que provoca la sensación de frustración y desagrado. Por supuesto cabría hablar de la ¿música? que acompaña al filme, compuesta casi en su totalidad a base de golpes que más bien se asemejan a caceroladas y martillazos. Vamos, no es música celestial para los oídos, precisamente. Otro elemento a destacar de esta película es el ya mítico sonido de la motosierra que los madrileños más jóvenes asociarán a la casa del terror del Parque de atracciones, pero que en la película de Hooper se pone a funcionar a diestro y siniestro dejando títeres sin cabeza, al más puro estilo sádico-charcutero.
El problema de la película es que se queda en una violencia sin sentido, siendo muy pobre de guión, pero nadie duda de que La matanza de Texas es una película de culto que corta de raíz con el movimiento hippie. Y si no, échese un ojo a la película y obsérvese lo que les ocurre a esos cinco amigos que estaban haciendo lo que parecía ser un idílico viaje de verano en una furgoneta.
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