En 1939 Ernst Lubitsch dirigió una de sus películas más prestigiosas, Ninotchka. La trama empieza con tres rusos que llegan a París con la misión de vender las joyas de la duquesa de Swana (Ina Claire), expropiadas por la URSS tras la revolución. Cuando es enterada, la duquesa tratará de recuperar sus joyas a través de León (Melvyn Douglas), su amante. El caso es que los agentes rusos hacen un mal trato que no gusta en la URSS, y el Estado soviético envía un agente especial para encargarse del tema. Se trata de la agente Ninotchka (Greta Garbo). Ésta acabará enamorándose de León, pero no sólo de él, sino también de la civilización capitalista que produce hombres como él, y que tanto contrasta con su gris y triste tierra socialista.
La película, por supuesto, es un panfletazo contra el comunismo que huele por todos lados, pero eso no quita que tenga gags realmente buenos e incluso dolorosos para los fieles a la hoz y el martillo.
Hay que destacar que ésta es la película en la que Greta Garbo se ríe por primera vez. Ya fue noticia cuando Garbo pronunció su primera palabra en la gran pantalla sonora, pero es que en este film de Lubitsch ese rostro tan serio dejaba de serlo para, a raíz de una carcajada provocada por una caída en un restaurante, convertirse en una dulce y agradable persona que, dejando momentáneamente sus ideales socialistas aparcados a un lado, se suelta la melena y disfruta de los servicios que ofrece el mundo capitalista. Total, Lenin no se iba a enterar y, después de todo, esta sirviendo a su país…
La película, por supuesto, es un panfletazo contra el comunismo que huele por todos lados, pero eso no quita que tenga gags realmente buenos e incluso dolorosos para los fieles a la hoz y el martillo.
Hay que destacar que ésta es la película en la que Greta Garbo se ríe por primera vez. Ya fue noticia cuando Garbo pronunció su primera palabra en la gran pantalla sonora, pero es que en este film de Lubitsch ese rostro tan serio dejaba de serlo para, a raíz de una carcajada provocada por una caída en un restaurante, convertirse en una dulce y agradable persona que, dejando momentáneamente sus ideales socialistas aparcados a un lado, se suelta la melena y disfruta de los servicios que ofrece el mundo capitalista. Total, Lenin no se iba a enterar y, después de todo, esta sirviendo a su país…
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