En 1969 el polémico director italiano Pier Paolo Pasolini dirigió Pocilga, película que, junto con Teorema y Saló, constituye una trilogía donde la crítica a la sociedad consumista y capitalista es mordaz, llegando a ser hasta desagradable.
Pocilga cuenta dos historias, las cuales tienen lugar en distinto tiempo y espacio. Una de ellas la protagoniza un caníbal (Pierre Clémenti) en una época indeterminada al que se le van uniendo más caníbales en su caza de carne humana. La acción transcurre en un árido terreno volcánico, y llama la atención que la única vez en que se habla es al final para decir: “He matado a mi padre, he comido carne humana y tiemblo de alegría”.
La otra historia tiene lugar en un palacio burgués en 1968, donde un joven de nombre Julián (Jean-Pierre Léaud) mantiene interesantes conversaciones con su prometida Ida (Anne Wiazemsky) acerca de la revolución, del muro de Berlín y del conformismo.
Es curioso que, aunque ambas historias no tienen aparentemente nada que ver entre sí, acaban igual: con el protagonista devorado por los animales (lobos en el caso del caníbal; cerdos en el caso de Julián). Pueden encontrarse en la historia del burgués ciertas referencias al holocausto judío, desde el pintoresco aspecto hitleriano del padre de Julián (Alberto Lionello) hasta la necesidad que tienen los personajes de cambiar sus nombres para que no se les reconozca como nazis, pasando por el querer ocultar lo ocurrido a Julián en la pocilga de los cerdos a base de no decir nada. Si no se cuenta, no se sabe, y si no se sabe, no ha sucedido.
He de decir que muchas de las opiniones vertidas en esta entrada son sólo eso, opiniones, pues, aunque el filme no me ha aburrido y en ningún momento se me ha hecho pesado, no he terminado de entenderlo del todo, y quizá necesite de un segundo visionado.
En cuanto a la realización, es bastante mejorable: los saltos de eje son bastante descarados, y uno tiene la sensación de estar viendo una película que se está improvisando sobre la marcha, factor que viene incrementado por el carácter teatral del filme.
En definitiva, Pocilga no es una película a evitar, pero tampoco es el peliculón del siglo. Saló me gustó más.
Pocilga cuenta dos historias, las cuales tienen lugar en distinto tiempo y espacio. Una de ellas la protagoniza un caníbal (Pierre Clémenti) en una época indeterminada al que se le van uniendo más caníbales en su caza de carne humana. La acción transcurre en un árido terreno volcánico, y llama la atención que la única vez en que se habla es al final para decir: “He matado a mi padre, he comido carne humana y tiemblo de alegría”.
La otra historia tiene lugar en un palacio burgués en 1968, donde un joven de nombre Julián (Jean-Pierre Léaud) mantiene interesantes conversaciones con su prometida Ida (Anne Wiazemsky) acerca de la revolución, del muro de Berlín y del conformismo.
Es curioso que, aunque ambas historias no tienen aparentemente nada que ver entre sí, acaban igual: con el protagonista devorado por los animales (lobos en el caso del caníbal; cerdos en el caso de Julián). Pueden encontrarse en la historia del burgués ciertas referencias al holocausto judío, desde el pintoresco aspecto hitleriano del padre de Julián (Alberto Lionello) hasta la necesidad que tienen los personajes de cambiar sus nombres para que no se les reconozca como nazis, pasando por el querer ocultar lo ocurrido a Julián en la pocilga de los cerdos a base de no decir nada. Si no se cuenta, no se sabe, y si no se sabe, no ha sucedido.
He de decir que muchas de las opiniones vertidas en esta entrada son sólo eso, opiniones, pues, aunque el filme no me ha aburrido y en ningún momento se me ha hecho pesado, no he terminado de entenderlo del todo, y quizá necesite de un segundo visionado.
En cuanto a la realización, es bastante mejorable: los saltos de eje son bastante descarados, y uno tiene la sensación de estar viendo una película que se está improvisando sobre la marcha, factor que viene incrementado por el carácter teatral del filme.
En definitiva, Pocilga no es una película a evitar, pero tampoco es el peliculón del siglo. Saló me gustó más.
La simbología de Pasolini resulta tan encriptada como su propia biografia. En cuanto a la película os rogaría un ejercicio de imaginación para ubicarla en el año de su estreno, y aquí.
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