Habiendo sido Bergman muy criticado por no mojarse en política, en 1968 dirigió una película que, quizá, sirvió para cerrar la boca a más de un bocazas, regalándonos una de las obras más duras de su carrera cinematográfica, La vergüenza, protagonizada por dos gigantes de su cine, como son Max von Sydow y Liv Ullman.
La vergüenza nos habla de las consecuencias que la guerra trae consigo y la manera en que éstas afectan al ser humano. Para ello, Bergman centra su historia en un matrimonio de músicos que se ve tristemente golpeado por la contienda bélica, lo cual, y de nuevo vuelve una de las constantes en el cine de Bergman, afecta a su matrimonio además de a sus vidas propias. El director sueco aprovecha para hablarnos de las relaciones interpersonales de pareja, de los celos, de la confianza y de las infidelidades, de cómo la guerra saca lo peor de nosotros, incluso contra la gente a la que más amamos.
Esta película muestra algo que, por desgracia, en España conocemos al dedillo, y es cómo la guerra es capaz de separar lo inseparable: hermanos, amigos, parejas. La irracionalidad de la guerra no conoce límites, y arrasa con todo, no dejando títere con cabeza a su paso.
Llama la atención también la crítica que puede entreverse hacia los medios de comunicación y su tendencia a espectacularizar la muerte, sirviendo en muchos casos de coartada para justificar toda suerte de matanzas y barbaries.
La realización se caracteriza por unos planos largos que, en ocasiones, pueden llegar a ser secuencia, y en la que, lógicamente, no hay música. ¿Cómo si no iba a tratarse la muerte de un par de ex-músicos de orquesta?
La vergüenza nos habla de las consecuencias que la guerra trae consigo y la manera en que éstas afectan al ser humano. Para ello, Bergman centra su historia en un matrimonio de músicos que se ve tristemente golpeado por la contienda bélica, lo cual, y de nuevo vuelve una de las constantes en el cine de Bergman, afecta a su matrimonio además de a sus vidas propias. El director sueco aprovecha para hablarnos de las relaciones interpersonales de pareja, de los celos, de la confianza y de las infidelidades, de cómo la guerra saca lo peor de nosotros, incluso contra la gente a la que más amamos.
Esta película muestra algo que, por desgracia, en España conocemos al dedillo, y es cómo la guerra es capaz de separar lo inseparable: hermanos, amigos, parejas. La irracionalidad de la guerra no conoce límites, y arrasa con todo, no dejando títere con cabeza a su paso.
Llama la atención también la crítica que puede entreverse hacia los medios de comunicación y su tendencia a espectacularizar la muerte, sirviendo en muchos casos de coartada para justificar toda suerte de matanzas y barbaries.
La realización se caracteriza por unos planos largos que, en ocasiones, pueden llegar a ser secuencia, y en la que, lógicamente, no hay música. ¿Cómo si no iba a tratarse la muerte de un par de ex-músicos de orquesta?
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