No estaría mintiendo si dijese que iba al cine con ganas de ver la última película de Lars von Trier, pero también es cierto que algo de miedo, alerta y preparación psicológica en mí había.
Y es que según me siento en la butaca y las primeras imágenes de Melancolía se empiezan a pasar ante mí, no puedo menos que temerme lo peor al comprobar que lo que estoy viendo se parece demasiado a El árbol de la vida, de Terrence Malick. Las escenas iniciales a cámara superlenta remiten a lo onírico, y es imposible no acordarse del anterior trabajo del director danés, Anticristo. Poesía y belleza gafapasta es lo que abunda en el prólogo de Melancolía, por lo general un coñazo de considerables dimensiones cuyo final es lo único que transmite algo de lo que pretende transmitir.
Superadas las hermosas escenas con las que abre la historia, en el primer acto ya aparece el sello del director mediante su realización característica, de cámara al hombro y sencillez técnica, y si antes nos acordábamos de El árbol de la vida y de Anticristo ahora lo hacemos de Celebración, un filme también dogma de Thomas Vinterberg, porque la acción se sitúa en la boda de la joven y no demasiado feliz Justine (Kirsten Dunst) en un ambiente familiar de clase alta que también sirve al director para criticar y reirse de algunas costumbres y comportamientos propios de nuestra sociedad.
Von Trier expone su particular Apocalipsis de forma poco convincente para el espectador, siendo que uno tiene la sensación de que realmente no está sucediendo nada de nada, y sólo queda bostezar o echarse una buena siesta en el mejor de los casos.
Hay momentos de gracietas que no vienen a cuento y toda una mitad de la película rozando lo irrelevante. Interpretaciones correctas de un atractivo reparto y un igualmente atractivo escotazo de Kirsten Dunst son algunos de los pocos elementos que pueden hacer mínimamente aceptable Melancolía de Lars von Trier.
Y es que según me siento en la butaca y las primeras imágenes de Melancolía se empiezan a pasar ante mí, no puedo menos que temerme lo peor al comprobar que lo que estoy viendo se parece demasiado a El árbol de la vida, de Terrence Malick. Las escenas iniciales a cámara superlenta remiten a lo onírico, y es imposible no acordarse del anterior trabajo del director danés, Anticristo. Poesía y belleza gafapasta es lo que abunda en el prólogo de Melancolía, por lo general un coñazo de considerables dimensiones cuyo final es lo único que transmite algo de lo que pretende transmitir.
Superadas las hermosas escenas con las que abre la historia, en el primer acto ya aparece el sello del director mediante su realización característica, de cámara al hombro y sencillez técnica, y si antes nos acordábamos de El árbol de la vida y de Anticristo ahora lo hacemos de Celebración, un filme también dogma de Thomas Vinterberg, porque la acción se sitúa en la boda de la joven y no demasiado feliz Justine (Kirsten Dunst) en un ambiente familiar de clase alta que también sirve al director para criticar y reirse de algunas costumbres y comportamientos propios de nuestra sociedad.
Von Trier expone su particular Apocalipsis de forma poco convincente para el espectador, siendo que uno tiene la sensación de que realmente no está sucediendo nada de nada, y sólo queda bostezar o echarse una buena siesta en el mejor de los casos.
Hay momentos de gracietas que no vienen a cuento y toda una mitad de la película rozando lo irrelevante. Interpretaciones correctas de un atractivo reparto y un igualmente atractivo escotazo de Kirsten Dunst son algunos de los pocos elementos que pueden hacer mínimamente aceptable Melancolía de Lars von Trier.
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