Unos obreros de una fábrica están hartos de su pésima situación laboral. La gota colma el vaso cuando un compañero, tras ser acusado de ladrón por sus jefes, decide poner fin a su vida. Estalla una huelga que se extenderá por todo el distrito y que enfrentará a los obreros contra los patrones y la policía enviada por éstos.
La huelga de Eisenstein es un ejemplo más de cómo el Gobierno de la URSS entendía el cine como medio para llegar a unas masas analfabetas en su mayoría. Como se irá viendo en otras producciones de cine soviético, el mundo obrero y del trabajo está continuamente presente, y siempre desde una óptica de clase. Vemos máquinas en movimiento, pobreza en las casas de los trabajadores, ropa sucia, asociación para hacer frente al enemigo, líderes revolucionarios, etc.
Eisenstein demuestra que es una figura decisiva en lo que a montaje se refiere, especialmente en esa escena donde se integran, mediante montaje paralelo, imágenes de obreros siendo masacrados por la policía con otras imágenes de vacas siendo sacrificadas en el matadero. Puro cine. Del mismo modo llama la atención la conciencia que Eisenstein tenía del poder de la imagen.
Hoy día nos parecen obvias e incluso maniqueas, pero la concatenación de imágenes que el cineasta ruso desarrolla otorga una fuerza al film impresionante. Esos primeros planos de patronos riendo enfrentados a los otros de los obreros sufriendo y llenos de ira, así como los fundidos entre imágenes que muestran obreros de brazos cruzados y máquinas parándose ponen los pelos de punta a cualquiera.
Destacan en el filme las preciosas tomas de las cargas en el edificio de apartamentos de los obreros, donde vemos que el director tiene un perfecto sentido de la composición del cuadro. También llama la atención la estremecedora escena del niño pequeño bajo los pies del caballo de la policía, o esa otra en la que un policía tira por el balcón al bebé de un obrero, imágenes que servirán de inspiración para la película que el año siguiente estará llamada a convertirse en una de las mejores obras de todos los tiempos: El acorazado Potemkin.
La huelga de Eisenstein es un ejemplo más de cómo el Gobierno de la URSS entendía el cine como medio para llegar a unas masas analfabetas en su mayoría. Como se irá viendo en otras producciones de cine soviético, el mundo obrero y del trabajo está continuamente presente, y siempre desde una óptica de clase. Vemos máquinas en movimiento, pobreza en las casas de los trabajadores, ropa sucia, asociación para hacer frente al enemigo, líderes revolucionarios, etc.
Eisenstein demuestra que es una figura decisiva en lo que a montaje se refiere, especialmente en esa escena donde se integran, mediante montaje paralelo, imágenes de obreros siendo masacrados por la policía con otras imágenes de vacas siendo sacrificadas en el matadero. Puro cine. Del mismo modo llama la atención la conciencia que Eisenstein tenía del poder de la imagen.
Hoy día nos parecen obvias e incluso maniqueas, pero la concatenación de imágenes que el cineasta ruso desarrolla otorga una fuerza al film impresionante. Esos primeros planos de patronos riendo enfrentados a los otros de los obreros sufriendo y llenos de ira, así como los fundidos entre imágenes que muestran obreros de brazos cruzados y máquinas parándose ponen los pelos de punta a cualquiera.
Destacan en el filme las preciosas tomas de las cargas en el edificio de apartamentos de los obreros, donde vemos que el director tiene un perfecto sentido de la composición del cuadro. También llama la atención la estremecedora escena del niño pequeño bajo los pies del caballo de la policía, o esa otra en la que un policía tira por el balcón al bebé de un obrero, imágenes que servirán de inspiración para la película que el año siguiente estará llamada a convertirse en una de las mejores obras de todos los tiempos: El acorazado Potemkin.
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