miércoles, 16 de noviembre de 2011

NADER Y SIMIN, UNA SEPARACIÓN, Asghar Farhadi (2011) [7,3/10]

En los últimos años, parece que estamos asistiendo al pausado auge de las cinematografías no occidentales. Las carteleras de determinados cines se llenan de producciones egipcias, libanesas y, valoradas especialmente, las iraníes, hasta el punto de que parece que toda producción procedente de algún país asiático de nombre impronunciable es automáticamente una buena película cuando no, sencillamente, una obra maestra. El caso de Irán es especialmente significativo porque, al parecer, las condiciones políticas no son las más favorables para la creación artística, y ahí tenemos el caso de Panahi, de ahí que sea especialmente la cinematografía de ese país y el talento de sus directores los que se vienen reivindicando y aclamando en los festivales últimamente.


Es en ese contexto en el que nos encontramos con Nader y Simin, una separación, de Asghar Farhadi, ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín de este año, uno de los templos del gafapastismo mundial.



Farhadi es un hombre que viene del teatro y que posee una particular visión acerca de la sociedad iraní, y así pretende mostrarla en esta película escrita por él mismo en el que la aparentemente normal separación de un matrimonio desemboca, mediante una trágica sucesión de causa-efecto, en un estallido emocional de importante índole para sus personajes. Así, el mejor aspecto del filme es su guión, perfectamente hilado y desarrollado, con interesantes y efectivos giros y capaz de mantener la tensión. Farhadi formula preguntas al espectador y le hace reflexionar acerca de las grandes dimensiones que pueden tener las consecuencias de nuestros actos más nimios e inconscientes.



En Nader y Simin, una separación se dibujan temas como el perdón, la justicia o la venganza, usando como lienzo la sociedad iraní que nos presenta Farhadi, rompiendo estereotipos con mujeres fumadoras y conductoras en unos casos, y confirmándolos con mujeres religiosas y sumisas en otros. Además, el autor deja hueco para dar testimonio de la existencia de clases sociales en Irán, y la manera en que la pertenencia a una u otra de ellas afecta a la hora de recibir justicia y desenvolverse en la vida en general.



Como ya decimos, el director hace preguntas al espectador, pero uno tiene la sensación de que, más que la intención de no dárselo a éste todo mascado, lo que subyace es el miedo a mojarse y el querer tirar por lo cómodo jugando al despiste en la última escena, la cual tiene más de trampa pretenciosa que de verdadero golpe artístico al servicio de la historia.



1 comentario:

  1. A mí me parece un gran final. Lo fácil hubiera sido un happy end....

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